miércoles, 7 de marzo de 2012

Cuánta vida en mi vida...

Nunca imaginé que 19 de Junio sería la fecha señalada para empezar a aprender.

Apareciste y, de repente, mi alma dio un salto al inicio para comenzar a formarme como persona. Como humana que siente, padece y vive.

Con palabras y suspiros, me enseñaste sobre la amistad, el valor de las miradas del corazón y de aquellas manos que sujetan sin necesidad de saberse físicamente. Aprendí de ti el significado del amor, de las pasiones que se viven a través de una voz y de los sentimientos que laten en pieles que todavía no han sido rozadas.

Fuisteis tú y el tiempo los más sabios maestros que han creado mi figura. Mírame...

...sigue haciéndolo.

He pisado otro 19 de Junio con unos cuantos centímetros más de moral y los mismos de estatura. Si te pones frente a mí, me ves gigante. Si sigues observándome como siempre lo has hecho, seguirás contemplando lo mejor de mí. Eso siempre me ha gustado: has sabido decirme a gritos mis mayores virtudes. Has sabido, también, hacer que adore mis defectos.

Gracias, por si te lo he dicho pocas veces, por crearme espejos en mi entorno en los cuales soy capaz de contemplarme sin ansias de destrozar mi reflejo. Me siento una mujer fuerte, una mujer sabia que afronta los inviernos con los recuerdos de un verano que no ha dejado de ordenarle la existencia. Ha sido por ti. Lo sabes. Yo sé que lo sabes...

No te escribo un texto con intenciones estéticas, tampoco borro ni un punto, ni una coma de eso que ahora por las entrañas necesita salir... mis dedos te expresan todo aquello que por dentro una voz chilla.

Cuántas veces te habré contado, cuántas noches me habrás escuchado y, sin embargo, a día de hoy creo que no tengo vida suficiente para agradecerte todo lo que en mí has supuesto. Afortunadamente, aún supones.

Lloro, claro que lloro, como no dejé de hacer ese invierno. Y, aunque con latidos diferentes, mis lágrimas se saben por el mismo sentimiento: tenerte. Tenerte. Tenerte.

Y te tengo. Te tengo. Te tengo. Me encuentro entre un mundo que pensaba perdido y siempre, siempre, te observo al lado sonriéndome y diciéndome con tu mirada un: "Muy bien Lu, confío en ti." Joder... ahora yo también lo hago. Creo en mí.

A veces pienso que eres tan grande porque tu corazón necesita un espacio amplio para ocupar tu pecho. También, en muchas ocasiones, siento que tu altura está destinada a abrazarme, estrujarme, y no soltarme nunca. Cortarme la respiración a cada necesidad de compañía... como hacen los (mejores) amigos.

Tengo tantos recuerdos por la mente que me es imposible plasmarlos ahora en estas cuatro paredes que limitan mi desahogo. A fin de cuentas, esto no deja de ser la típica carta que escribes una noche de luna con el fin de tatuar en hojas en blanco esas líneas que tu tripa sostiene. Esos 'te quiero' que te has callado y necesitan ser hablados, salir de entre dientes y pisotones de lengua.
Te quiero.
Te quiero mucho y como nuestro principio. Y me halaga haber tenido la oportunidad de decírtelo a mis anchas después de haberme deshecho de esa parte de Lucía que no me gustaba.

Este escrito no llega a su fin si aún me quedan letras en el tintero, pero alguien debe finalizar este trocito de alma. Lo hago yo con un CONTINUARÁ, y también tú con esos ojos que no dejan de mirarme ahora los agradecimientos (y no dejes de mirarme nunca los sentimientos).

Te siento. Te siento enseñándome a querer, a amar, a soñar, a disfrutar, a vivir y... cómo no, te siento haciéndome persona, humana y amiga.

GRACIAS, no por lo que me aportas, sino por lo que eres capaz de aportar al mundo.

Eres EXISTIR, no lo olvides nunca.

No olvides nunca cuánto te quiero...

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