lunes, 20 de febrero de 2012

A los hombres que más quise. Parte I.

Te fumabas mis besos en cada amago de portal que veíamos a nuestro paso, mientras mis ojos buscaban unas estrellas que no estaban. No estaban, pero tú dibujabas (¿recuerdas?). Tenía en mi espalda un par de abrazos que no me soltaban y un escalofrío que sólo llegaba a cada siguiente ronda de cerveza que te quedaba por invitarme –emborracharme con tu risa en la oscuridad fue de los mejores excesos que he cometido-. Pintaba hojas en blanco –era hoja en blanco- con cada palabra que salía de tu cuerpo y coloreaba las noches con el naranja escondido entre mis pestañas. 
Para ti, siempre. 
Cantábamos canciones que otro hizo darnos alas e imaginábamos las mismas historias, tuyas y mías. Iguales, pero diferentes. Deteníamos nuestras chispas al mismo tiempo que, desde esas rastas, te traía a mí. 
A mí. 
Conmigo, que no te dejaba ir. 
Que no quería que te fueras. 
Que me dejaste. 
Y aún seguía cada viernes esperando a que me cogieras de la mano como lo hiciste aquél… aunque esa vez, tuviera que volver a tirar de sueños.
Rememoraba unas conexiones en conversaciones tras encontrarnos con la Luna Llena (“Algo grande va a pasar esta noche…”) Nos sentíamos tan unidos a la orilla del mar que, parecía prácticamente imposible que alguien fuera capaz de separarnos.
Nunca lo imaginaríamos.
Y menos, que fuéramos nosotros mismos.
Aún recuerdo cómo apostábamos al 2 para ser 1 y prometíamos ser canciones en la nota Sol.
Sol, que dejó de salir.
Tejíamos entre nuestros dedos la auténtica piel que latía y rozabas con tus mejillas estas manos con las que te rogué que jamás partieras. “Quédate, que te he encontrado” gritaba.
Anclábamos nuestros ojos a un celeste que volvía a pintar de mi naranja cada oscuro y me llamabas Universo antes de dormir. Llegó un momento que no me sentía ni siquiera (en) Tierra.
Te tarareaba eso de “Si llueve, yo me mojo, ¿cómo no me voy a mojar? Pa’ una vez que llueve, yo miro hacia arriba sin cerrar los ojos…” justo en el momento que me diste el primer beso. Para mí, todo cambió.
Menos los meses posteriores, que mi mundo se parecía a una ausencia que seguía igual. Y llovía, y miraba hacia abajo, cerraba los ojos…
…y ya nadie me besaba.

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