jueves, 4 de abril de 2013

Artículo: La vida al otro lado de la carretera - Albert J. Jovell

Nací un 22 de Junio. A esa fecha le corresponde el signo del zodíaco Cáncer. Ignoro el porqué, pero cáncer también es el nombre de una enfermedad. Los médicos rara vez hablamos de cáncer, nos gusta más llamarlo de otras maneras: linfoma, carcinoma, neoplasia, tumor, sarcoma, u otras denominaciones. Es como si fueran muchas enfermedades en lugar de una que, por cierto, se llama cáncer. Socialmente también cuesta llamarla así; es la larga y penosa enfermedad. Es esa C a la que todos temen y nadie se atreve a nombrar. En realidad, el cáncer no es ni una ni muchas enfermedades. El cáncer son tres enfermedades en una. A saber: la enfermedad orgánica, la emocional y la social. La orgánica es la que más interesa a la medicina. Es la que permite hacer clasificaciones y nomenclaturas. Es el juego de imágenes y pócimas. Tratándola los médicos nos sentimos más cómodos. Toda ciencia es poca para el cáncer. La emocional es la que altera el carácter. Aunque algunas personas creer tratarla muy bien con preinscripciones muy simples, del estilo "anímate" o "no te autocompadezcas". La enfermedad social se llama soledad. Se acompaña de silencios significativos y estigmatización como síntomas. Es la conocida e ignorada conspiración del silencio que, a veces, hasta se extiende a la vida profesional. Es la historia de Consuelo, de El animal moribundo de Philip Roth, o de la protagonista de La edad de hierro del Nobel de literatulra J.M.Coetzee. Así, mientras que de la enfermedad orgánica existe ciencia, se escriben hasta tratados y se estudia en las facultades, de las otras dos hay mucha ignorancia. No se enseñan ni en facultades de Medicina. Son enfermedades muy sutiles, tanto que, por no quererse ver, ni aparecen el día de los controles. No se visualizan ni en imágenes ni en marcadores tumorales. Quizá sea porque el cáncer no existe. Los que existen son los enfermos de cáncer, pero eso, a veces hasta incomoda. Con lo difícil que resulta tratar esa enfermedad, ¿cómo vamos a tratar a los enfermos?

El cáncer es algo que se estudia en la carrera de medicina. Lo repartimos entre asignaturas. También lo vemos en algunos pacientes durante las prácticas. Tan distante se percibe que uno creía que el cáncer era a la bata blanca lo que la persona al espejo: una imagen que sólo se refleja pero que nunca permanece lo suficiente para quedarse. Se ve, se identifica, se clasifica, se trata, pero no se tiene. A veces, sólo algunas veces, el cáncer se contempla en la bata blanca y cual Narciso "el bello" va, se enamora de uno y se queda. Eso me pasó a mí. Yo no quería, pero el cáncer sí. En un instante pasas de ser persona normal a ser un enfermo. A partir de ese momento, nada vuelve a ser igual que antes. Hay quien dice que he de dar gracias a Dios porque quizá "me lo han detectado a tiempo" o porque a los cuarenta años "vivo tiempo prestado". A veces me asombro al contemplar cuánto parece que saben los demás de lo que a mí me está pasando. Y yo sin enterarme. Pensamientos e intenciones sin acciones. Quizá ignoran más que saben.
Talk is cheap, cantaba Keith Richards, y Silence is easy cantan los Starsailor. Reaparecen las metáforas, que tan acertadamente describió Susan Sontag después de sufrir un cáncer de mama en La enfermedad y sus metáforas. Por cierto, ¿quién era Damocles y para qué quería una espada? Ahora mismo, ni lo sé ni me interesa. Quizá me esté pasando como a Antoine, el protagonista de Cómo me convertí en un estúpido, de Martin Page. Que lee hasta en el Eclesiastés: El saber acrecienta tu dolor.

Pues resulta que con el tiempo uno descubre que hay vida después del cáncer, y a veces, sólo algunas veces, mucha vida. Incluso puede ser sólo un lance en la carretera del tour de la vida, como bien describe el enfermo de cáncer Lance Amstrong en su autobiografía Mi vuelta a la vida. Es entonces cuando descubres cómo lo cotidiano, abrazar a tu mujer o a tus hijos, se convierte en algo gozoso. ¡Qué preciosos son! "Amor particular", cantaba Lluís Llach. Es así como la enfermedad de la muerte se vuelve irónica y te enseña la pasión por la vida. Como cantaba Joan Manuel Serrat: "Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón y que hacen que lloremos cuando nadie nos ve". Lo habital se convierte en lo excepcional. Born to run, cantaba Bruce Springsteen. Más de cuarenta mil correos electrónicos recibidos y quince mil de ellos contestados, múltiples lecturas y escritos, proyectos de diferentes formas, y clases y conferencias en todo Europa junto a una vida personal llena de colores y matices, formas y contendos, magia y precisión, trabajo y controles atestiguan que es posible vivir una vida plena y con sentido colocando a Damocles y su espada, de momento, distraídos en otras batallas. "Hoy puede ser un gran día" también cantaba Serrat. Aprender a convivir con el cáncer es un buen inicio de tratamiento. La pena, es que la medicina y la ciencia, tan entretenidas en lo orgánico, pierdan esos matices que permiten marcar la diferencia en el confort y la mejora de la calidad de vida de los enfermos. Quizá eso se tendría que enseñar a los médicos y, quizá, los médicos enfermos, acostumbrados a cruzar constantemente la carretera que separa el saber del tener la enfermedad, podamos aportar mucho a la enseñanza de cómo mejorar la relación entre médicos y pacientes. Si la experiencia de estar enfermos nos pertenece, deberíamos ser capaces de compartirla con otras personas, porque, tarde o temprano, el tour de la vida nos conduce a todos a estar en un mismo y único lado de la carretera. Hoy por ti, mañana por mí.

Albert J. Jovell
El País, 20 de Abril de 2004, Premio Víctor Grífols al mejor artículo de ética del año.

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