lunes, 20 de febrero de 2012

A los hombres que más quise. Hoy.

Las mismas manos con las que creaste mi mundo me rozaron aquella mañana de Viernes la espalda. La luz de un nuevo día entraba por la ventana y tu “Te veo luego” entre susurros se escapaba de tus labios. -Sí, también los mismos que un día me escribieron los "te quiero"- De repente, sentí un beso en la mejilla, cómo cerraste la puerta y yo abrí los ojos. Me hice la dormida. Tú no lo sabes, pero nunca llegué a conciliar el sueño cuando estábamos juntos: prefería permanecer mirándote cada segundo.

Tumbada observando el techo, escuchaba unos pasos crear historia por la escalera. Te alejabas de mí, pero sé que esta vez no por mucho tiempo... te volvía a ver en un rato.
Escuchaba unos latidos, aquí, justo aquí dentro, componer una vida. La mía.
Cientos de imágenes y planes se colaron entre mis ojos. Mis manos olían a ti y, estos dedos que tantas canciones te han compuesto y tantas letras te han dedicado, se deslizaban por ese lado de la cama que sólo me gustaba cuando tú reposabas sobre él.
Caí en el recuerdo de esas plantas que veía crecer en nuestro balcón del futuro, en cómo soñábamos nuestra boda en la playa -Luna de Miel en Bora Bora-, en los nombres de nuestros hijos -Adrià NO-, en la decoración de nuestro yate -¿Qué te gustaría que tuviéramos si poseyéramos todo el dinero del Mundo? Te dije en una llamada telefónica- y en todos los disparates que entre risas nos contábamos…
…y que disparamos un día de Junio.
Ahora me tocaba a mí salir de tu cama, crear historia por esas escaleras testigo de besos, abrazos y sonrisas, sin saber qué, cuando pisara aquel salón, me iba a ver sola. Que tú tienes tu vida, que yo intento construir la mía y que el futuro nunca existe.

Empecé a creer en dioses y destinos cuando te conocí. Cada noche cerraba fuerte los ojos hasta llorar pidiendo a quienes fueran que por favor, esto me saliera bien… hice lo máximo que podía hacerte: (querer y) darlo todo por ti.
Pero a veces no es suficiente: los dioses no existen, el destino tampoco, los sueños que se cumplen siempre son los que no esperas y la gente a la que más quieres no siempre es la que más te quiere.

Rezaba Shakespeare cuando, con su lengua, removía el alma de verdades:
“Después de un tiempo aprenderás que el sol quema si te expones demasiado. Aceptarás incluso que las personas buenas podrían herirte alguna vez y necesitarás perdonarlas. Aprenderás que hablar puede aliviar los dolores del alma… Descubrirás que lleva años construir confianza y apenas unos segundos destruirla… y que tú también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de tu vida”

¿Sabes? Yo he aprendido que por mucho que pueda quemar el Sol, es él el que sale cada mañana indicándome que el peor día de nuestra vida, simplemente va a perdurar lo que en un momento dado duró el mejor. Que debemos agradecer despertar en un nuevo amanecer con la sonrisa.
He comprendido con el paso de suspiros que igual que nos fallan, nosotros fallamos. Y si es por motivo de la pasión de sentirse con vida, es razón para disculpar: no deberíamos nunca condenar al rencor a una persona que se ilusiona y tiene ganas de vivir momentos con otra. Por otra. Por muy unida que tuviera a una mujer a su espalda, por mucho dolor que pudiera sentir aquélla, en este caso, yo misma. No es justo el egoísmo cuando yo un día fui feliz a tu lado (“lo bueno siempre pesa, lo bueno siempre pesa” repítete siempre que te encuentres perdido).
He conseguido realizar con éxito la tarea más complicada de mi vida: el perdonarme a mí misma. ¿Cómo no te voy a perdonar a ti cuando sé con certeza que tu corazón latió a la velocidad del mío?
He visto en mi piel cómo la decepción podía destruir el mejor sentimiento que una persona puede poseer, pero me he aliado al tiempo para comprender que yo también he errado sin querer hacerlo… y queriendo con locura al otro.
Tú.
Aprendes de las lágrimas, y no sabes cuántas he llorado contigo, por ti y conmigo. Por lógica me alzaría con un premio a la más sabia.
No he dejado de saber que las palabras son capaces de aliviar las punzadas que por mi tripa recorren, aunque en algunas ocasiones, quisiera que mi mirada ante ti se silenciara para siempre. Pero no. No. Me arrepentiré el resto de mi vida de cosas que, tú, tú, en su momento hiciste que se disiparan en mi interior para que pudiera convivir con ellas (nunca sabrás con certeza cuánta vida le diste a mi vida).
He observado, conseguido, perdonado, visto y comprendido tanto de ese dolor que creó tu sombra que, ahora que todo tan claro queda en mi mente y mi alma, sólo me queda hacer contigo una última cosa sin cesar: seguir queriéndote. Es lo único que te sé hacer bien.

Me perdono, te perdono, y sobre todo, te agradezco que me hayas hecho ver que, de las cosas malas, siempre sigue quedando lo mejor. No te puedo decir eso de “Gracias por estar conmigo cuando más te necesitaba”, porque yo te necesito siempre. Por eso, sólo te digo que GRACIAS POR HABER LLEGADO. Aunque la vida nos gire, nos cambie de lugar, las historias buenas no se olvidan si no quieres olvidarlas.

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